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CAN

MONSTER MOVIE

Año de publicación: 1969

Puntuación:

1) Father Cannot Yell; 2) Mary, Mary So Contrary; 3) Outside My Door;

4) Yoo Doo Right.

Debut de uno de los grupos alemanes de referencia, donde ya se encuentran los músicos originales que tanta grandeza le darán: Michael Karoli en la guitarra; Holger Czukay en el bajo; Irmin Schmidt en el teclado; y Jaki Liebezeit en la batería. Todos ellos amantes de la música vanguardista y del rock, sazonarán su música con sonidos hipnóticos, delirantes y, en sus mejores momentos, con grandes melodías también. En su primer LP podemos comprobar cómo se centran más en las formas que en el contenido.

 

Un prominente sonido de teclado inicia el disco y ‘Father Cannot Yell’, que presenta a los Can más desfasados del inicio pero ofreciendo al mismo tiempo uno de esos ritmos hipnóticos por los que pasarán a la historia con mayor grandeza en los próximos años. Aquí la precisa base rítmica sirve de soporte para el devaneo guitarrero de Michael Karoli y los excesos vocales del primer cantante, Malcolm Mooney, que quizá haciendo honor a su apellido acabó saliendo muy pronto del grupo por problemas mentales (como si estuviera en la luna de verdad). Aunque lo más sorprendente sea que volvería al grupo a finales de los ochenta en una de las reuniones de los miembros originales. Pero volviendo a la canción, es una buena opción para quienes busquen entrar en trance escuchando música, pues son como unos Pink Floyd de la época pero incluso más visionarios y vanguardistas, perdiendo inevitablemente el sentido de la melodía y la armonía por el camino. Ese aspecto visionario puede observarse en ‘Outside My Door’, con una melodía vocal que cantada en castellano podría pasar por canción de la movida madrileña de los ochenta. No es nada del otro mundo, pero esa forma de cantar medio berreando es más propia de aquél movimiento y del punk de finales de los setenta.

 

La única canción que parece normal en su inicio es ‘Mary, Mary So Contrary’, que es totalmente accesible por su pausado ritmo y la cálida voz de Mooney, además de una impresionante guitarra distorsionada de fondo, que cuando pasa a primer plano no queda más que rendirse. El problema llega cuando Mooney empieza a delirar y a gritar cada vez más, pues dan ganas de quitar la canción, pero al menos a continuación llega una gran coda instrumental final que vuelve a tranquilizar los ánimos. Si este delirio del cantante le parece a alguien excesivo, es mejor que no llegue a escuchar el último tema del álbum (‘Yoo Doo Right’), pues aquí parece desatar su locura hasta extremos intolerables. Las líneas de guitarra, siempre geniales, aquí no logran salvar una canción que poca gente querrá volver a escuchar, sobre todo a partir de los ocho minutos, que es cuando Mooney toma las riendas para desgracia del oyente e incluso llega a cantar en un horripilante falsete. Una verdadera pena porque la instrumentación que le acompaña por momentos crea pasajes geniales aunque sean breves, pero la extensa duración del tema (¡más de veinte minutos!) no ayuda.

 

En definitiva, un debut esperanzador que muestra atisbos de grandeza pero que necesitará de una mayor experiencia para ampliar esos grandes momentos, cosa que afortunadamente comprobaremos justo en su segunda entrega, la cual, curiosamente, no será un disco propiamente dicho, pero eso ya lo contaremos en su respectivo análisis. Coger con pinzas este debut y proceder a disfrutar con los siguientes discos.

SOUNDTRACKS

Año de publicación: 1970

Puntuación:

1) Deadlock; 2) Tango Whiskyman; 3) Deadlock (Titelmusic);

4) Don't Turn The Light On, Leave Me Alone; 5) Soul Desert; 6) Mother Sky;

7) She Brings The Rain.

El segundo disco de Can puede llevar a engaño si un@ no lo ha escuchado todavía y descubre que en realidad se trata de una recopilación de música para bandas sonoras de películas desconocidas. Puede pensarse lógicamente que se trata de composiciones menores hechas por encargo y con menor énfasis y esfuerzo en su elaboración, pero nada más lejos de la realidad. No obstante, la mayor novedad es el recambio del cantante original Mooney (de nacionalidad estadounidense) por nada menos que un cantante japonés llamado Damo Suzuki, quien si por un lado presenta el problema que apenas se entiende lo que canta en inglés, por otro lado su voz transmite mucha mayor fuerza y sentimiento, más acordes al sustrato musical experimental de este grupo alemán.

 

Para empezar, la solemnidad que transmite ‘Deadlock’ avanza ya que nos encontramos ante un grupo que ha evolucionado rápido y muy favorablemente. La parte vocal sigue siendo desconcertante pero con un timbre especial que transmite muchos sentimientos. Pero sin duda lo mejor es la parte instrumental, con unas líneas de guitarra distorsionadas de las que nunca se olvidan sobre todo por las últimas notas de esa melodía cíclica que más o menos se va desarrollando a lo largo de la canción. En el tercer corte encontramos un reprise instrumental de ella, con algo más de pomposidad pero sin perder la solemnidad y grandeza que ya transmitía en primer lugar. La delicada parte vocal de Suzuki se deja translucir todavía más en ‘Tango Whiskyman’, que además de sus grandes melodías presenta un ritmo más calmado de lo habitual pero igualmente emocionante y repleto de detalles magníficos, como por ejemplo los brillantes cambios de ritmo. Además de que no es habitual en Can encontrar una canción con una estructura tan clara de estrofas y estribillo.

 

Recomendada para los seguidores de Radiohead con preferencia por su etapa más vanguardista es ‘Don't Turn The Light On, Leave Me Alone’, que ofrece un pegadizo y ágil ritmo como medio de soporte para las disertaciones de Suzuki, en un complejo conjunto que resultaría hasta bailable. Todavía mejor sea quizá ‘Mother Sky’, que pierde parte de su sonido más avanzado en pro de una primera demostración de guitarra que arranca una canción que por su manera de comenzar (como si hubieran empezado a grabar en medio de una jam) engancha ya hasta el final sin apenas altibajos, pues todos los músicos brillan a la perfección, sea por las bases rítmicas hipnóticas o por la infinidad de detalles que van aportando a lo largo del tema. Una de mis secciones preferidas es la que comienza sobre los ocho minutos, donde la conjunción de música y voz alcanza niveles insuperables y que da paso a otra brillante demostración de virtuosismo instrumental.

 

Curiosamente, las dos canciones más flojas son las que quedan de la primera etapa con el cantante Mooney. Una es la horrible ‘Soul Desert’, que demuestra nuevamente que su voz de falsete resulta hasta desagradable, a lo cual nada ayuda el ritmo lento, repetitivo y nada inspirado del resto del grupo. No la volverás a escuchar nunca más. La otra canción es la final ‘She Brings The Rain’, interpretada en un no menos sorprendente estilo de jazz donde Mooney parece moverse por fin en un terreno más adecuado para su timbre vocal y que deja una buena impresión además de aportar un plus de eclecticismo al conjunto del álbum.

 

Que un disco de transición como éste quede aquí registrado como el mejor de su carrera puede sonar extraño, pero lo cierto es que ya no volverán a aunar de manera tan equilibrada la vanguardia y la accesibilidad junto a grandes melodías. A partir de ahora aflorarán algunos exagerados excesos de experimentación o desarrollos rítmicos extensos que no permitirán valorar los próximos discos al mismo nivel de excelencia que encontramos aquí.

TAGO MAGO

Año de publicación: 1971

Puntuación:

1) Paperhouse; 2) Mushroom; 3) Oh Yeah; 4) Halleluhwah; 5) Aumgn; 6) Peking O; 7) Bring Me Coffee Or Tea.

Tras el inciso resultante del disco anterior, que era más bien un disco de transición aunque tuviera ese grandísimo nivel, Damo Suzuki parece que ha superado la prueba (lo habían reclutado tras su participación en el musical Hair) y aquí ya se desenvuelve como pez en el agua a través de las texturas sónicas que le preparan sus compañeros. La mitad de este disco es sinceramente impresionante, de lo mejor que hicieran en toda su carrera, una música sorprendente e inigualable en esos momentos. La otra mitad del álbum supone tener que escuchar dos larguísimos collages musicales llamados ‘Aumgn’ y ‘Peking O’, que conjuntamente casi llegan a la media hora de duración y que merecerás un premio si consigues escucharlos completamente, o una condecoración especial si lo haces atentamente sin desviar la atención (esto último quizá contraproducente, podría significar la existencia de algún problema mental serio). Teniendo en cuenta que originalmente era un doble LP y que el segundo volumen contenía estas dos aberraciones, la verdad que ese segundo vinilo debía de tener buena parte de su material incólume.

 

Pero dejemos la parte negativa y centrémonos en lo que convirtió a Can en un grupo de referencia artística, que no en ventas. Para comenzar, ‘Paperhouse’ sigue en su primera parte la misma estela épica e introspectiva de Soundtracks, para luego acelerar el ritmo y entrar en otro de tantos pasajes trascendentales con guitarra eléctrica que acaba en un clímax donde todos los componentes, incluidos el cantante, ayudan a incrementar la fuerza de este tema. Para el final nos dejan una especie de sección jazzística que también finaliza en un estudiado crescendo. A continuación, ‘Mushroom’ parece más bien un proto-rap, con una base rítmica prominente que da vía libre a la repetición de frase de Suzuki. Luego se va desarrollando de forma muy interesante, hasta que de momento parece bajar el tono, algo que conscientemente esperamos, para que los cambios de humor de Damo y la siempre efectiva guitarra nos acaben de sorprender. La vertiente más bailable de Can aparece en ‘Oh Yeah’, que vuelve a ser uno de los orígenes del sonido de grupos de los noventa como Radiohead o Primal Scream, con su ritmo ágil e hipnótico donde las texturas del teclado, las líneas de bajo y la guitarra esquizoide se amoldan a la perfección junto a una parte vocal de las más gentiles pero efectivas del disco, aunque tenga una indescifrable letra. En cambio, la también extensa ‘Halleluhwah’ (más de dieciocho minutos) es mucho más pausada, pero no pierde nada de ese aura penetrante y absorbente que caracteriza la música de Can. Casi a los cinco minutos parece que se acaba esta sección, pero se retoma nuevamente para dar paso a diversas improvisaciones, incluidas las del cantante. Y tras escuchar los dos indigestos collages musicales al menos llega otro regalo llamado ‘Bring Me Coffee Or Tea’, que finaliza el disco nuevamente en una nota altísima. En este caso, con un gran comienzo donde gradualmente va subiendo el tono instrumental de forma magistral y donde la estrella es el batería Liebezeit, pues la percusión que se puede escuchar es de antología.

 

No podría otorgarle la máxima puntuación a este disco por esa media hora insulsa y desechable que mancha la valoración final. Una cosa es, por ejemplo, que se le pueda perdonar a King Crimson un collage de varios minutos en ‘Moonchild’ para no penalizar el resultado final de su impresionante disco de debut, y otra cosa es aguantar todo el tiempo que requieren los collages aquí contenidos, que son todo un lastre. Pero en cualquier caso es un disco imprescindible para escuchar a Can en toda su gloria y que se pueda entender la justificada influencia que ejerció en otras grandes bandas posteriores.

EGE BAMYASI

Año de publicación: 1972

Puntuación:

1) Pinch; 2) Sing Swan Song; 3) One More Night; 4) Vitamin C; 5) Soup;

6) I'm So Green; 7) Spoon.

Can siempre fue un grupo en constante evolución, formado por músicos de mente abierta preparados para absorber influencias de cualquier tipo de música y de cualquier lugar. La evolución tampoco significa que de un disco a otro se haya de acometer un cambio radical de dirección, pues lo natural es que haya elementos similares que marquen la transición desde un punto al siguiente. Así, para facilitar las cosas, en el principio del LP se incluyen los temas de transición, donde ‘Pinch’ sigue la estela marcada en ‘Mushroom’ del disco anterior pero perdiendo algo de frescura por el camino. En la parte opuesta y positiva, ‘Sing Swan Song’ sigue las pautas marcadas en ‘Paperhouse’ (e incluso ‘Deadlock’ del Soundtracks) pero manteniendo la solemnidad en todo momento y con una impresionante guitarra que aparece tras la primera parte vocal de Suzuki.

 

En ‘One More Night’ se lanzan directamente a buscar un sonido atmosférico y envolvente que con el murmullo de Suzuki se convierte en otro momento de trance musical aunque poco sorprendente. De manera parecida da la impresión ‘Vitamin C’ de desarrollarse, aunque aquí hay un ritmo más prominente y tanto la parte vocal como el teclado de Schmidt le añaden los elementos extra que necesita para ofrecer suficiente interés.

 

La pieza más larga del álbum es la controvertida ‘Soup’ que, tras comenzar de manera sigilosa, pasado algo más de un minuto se transforma en una fiera pieza híbrida entre la atmósfera y el rock, donde la batería de Liebezeit marca un complejo ritmo aderezado por unas no menos complejas líneas de bajo. Precisamente sobre los 4:30 minutos es cuando empieza el espectáculo real de estos dos músicos, donde van acelerando el ritmo hasta una velocidad de vértigo, parando de manera abrupta para sumergirnos a continuación en un pasaje onírico y algo caótico, repleto de efectos sonoros al más puro estilo de la primera parte de ‘A Saucerful Of Secrets’ de Pink Floyd, de ahí hasta sus más de diez minutos de duración. Una sopa que puede volverse un tanto indigesta, pero que en acabar tiene premio en forma de melodía con ‘I'm So Green’, donde la melódica guitarra convierte en accesible otra pieza de ritmo hipnótico y compleja, además de ofrecernos después diferentes punteos que nos devuelven el mejor balance del grupo entre la complejidad y la accesibilidad, y un Suzuki más calmado y centrado al mismo tiempo. También es merecido destacar la final ‘Spoon’, con su hipnotizante ritmo y sus aires orientales que le añaden todavía más atracción y singularidad.

Con este nuevo LP, Can se metieron de lleno en la música ambiental, pero no en el sentido peyorativo del término, sino con nuevas ideas, ritmos y melodías para desarrollar dentro de este nuevo estilo que, ejecutado por grandes instrumentistas, da como resultado una obra de efecto duradero y repleta de detalles que se van descubriendo conforme un@ se familiariza con su contenido. No es un plato fácil de digerir pero, para aquellas personas con paciencia e interés por la música, resultará todo un descubrimiento escuchar las estructuras y pasajes diversos que pueblan este peculiar álbum. Tampoco tiene apenas nada que ver con lo que había sido Can hasta ahora, por lo que escuchar este álbum como primera aproximación a la banda es una opción que conducirá a errores a la hora de opinar sobre ellos.

 

Pasando ya a lo importante, la música, en el comienzo del disco unos sonidos extraños (al estilo de lo que pudiera ser ‘Echoes’ de Pink Floyd) anteceden lo que sería la entrada rítmica de ‘Future Days’, la cual se interrumpe de forma súbita para dejarnos en la más absoluta desorientación para volver después y calmar nuestra inquietud. La voz de Suzuki suena distante y rara, como si nos cantara desde otro planeta y potenciar así esa etiqueta de música espacial mediante la que podría catalogarse este sonido nuevo, diferente e impactante. No obstante, las melodías no están a la altura del concepto, pues en este estilo prima más la envoltura del sonido y su progresión, lo cual también es realizado con gusto, pues casi a los siete minutos llega la mejor parte cuando la guitarra toma protagonismo y deja deliciosas líneas para complementar la brillante coda final. Algo más de ritmo presenta ‘Spray’, con una percusión muy influenciada por la música africana, pero se hace mucho más indigesta de escuchar hasta la parte final donde parecen despertar los músicos y Suzuki para entregarnos otro momento mágico.

 

El verdadero tour de force llega con los veinte minutos de la final ‘Bel Air’, donde se aúnan los sonidos más atmosféricos con los ritmos más dinámicos, como el que aparece a partir de los cuatro minutos y que crea un efecto hipnótico entre la parte vocal, la línea de bajo pulsante y los sonidos del teclado. Pasados los diez minutos tenemos una parte más pop con una dulce voz de Suzuki nada habitual en él, para dar paso a una agradable parte instrumental que acaba transformándose en una especie de disonancia tres minutos después, lo cual lleva a la siguiente sección que es el inevitable caos sonoro controlado tan del gusto de Can. Aunque lo más sorprendente es que, dos minutos antes de acabar este largo tema, se llega a un absoluto silencio donde a continuación vuelve a aparecer un gran ritmo de los que enganchan.

 

La única canción corta es la pegadiza ‘Moonshake’, donde vuelven los ingredientes de los temas más inolvidables del grupo, pues todos los miembros aportan memorables partes para obtener un conjunto rítmico hipnótico y unas melodías reconocibles y memorables, sobre todo la que toca Karoli con su guitarra durante lo que parece el estribillo.

 

Suzuki se iría del grupo tras este álbum, pero no por motivos musicales ya que estaba encantado con la nueva dirección del grupo y prefirió dejarlo en un punto alto. Visto el resultado, tampoco parecía ser un miembro importante porque su voz ya quedaba por detrás de la predominancia instrumental del sonido ambiental. El resto de miembros ni siquiera pensaron en sustituirlo y a partir de ahora se repartirían las tareas vocales en los temas que lo requiriesen. Así pues, este álbum es una de esas experiencias musicales que vale la pena disfrutar alguna vez en la vida. Y si no la disfrutas, que al menos puedas decir que has escuchado algo diferente de lo habitual.

1) Future Days; 2) Spray; 3) Moonshake; 4) Bel Air.

Puntuación:

Año de publicación: 1973

FUTURE DAYS

SOON OVER BABALUMA

Año de publicación: 1974

Puntuación:

1) Dizzy Dizzy; 2) Come Sta, La Luna; 3) Splash; 4) Chain Reaction;

5) Quantum Physics.

En esta nueva fase del grupo sin ningún cantante adicional, las partes vocales serían ejecutadas por Karoli y Schmidt, lo cual no representaría mucho problema si atendemos al estilo rítmico que adopta la banda, susceptible de absorber influencias de otros estilos, en este caso de la incipiente música disco (esto es, derivado del funk), pero con un enfoque hasta bailable que tampoco se aleja demasiado de composiciones anteriores más movidas. Lo positivo en Can es que sus músicos no se limitan únicamente a seguir un ritmo, sino a aportar cada uno en su instrumento detalles o secciones de gran nivel que en conjunto elevan el nivel general por encima de la media, además de introducir suficientes melodías y ganchos para diferenciarlos del combo típico de fusión estilística emparentada con el jazz. Lo más próximo al jazz que encontraremos es ‘Splash’, la cual se mueve en terrenos más próximos al jazz-rock y donde el grupo se siente muy cómodo, además de que Karoli se marca unos grandes solos de guitarra. Comprobar cómo el batería Liebezeit mantiene el ritmo y lo hace protagonista absoluto es toda una clase magistral en sí misma.

 

Así pues, analizar estos cinco temas no resulta tarea fácil, pero sí que podemos diferenciar una primera mitad del álbum más enfocada a los ritmos bailables, ya que incluso claros ritmos latinos aparecen en ‘Come Sta, La Luna’, donde lo único que se canta a ratos es su título y en una voz algo desesperada, para escuchar luego a alguien recitando en una lengua ininteligible. Y aparte de en la citada ‘Splash’, podremos escuchar otro gran trabajo de Karoli en ‘Dizzy Dizzy’, donde lo más destacado es que el liderazgo del tema lo lleva un violín, algo novedoso en la banda, más si cabe porque ¡está tocado por el propio Karoli!.

 

Pasando a la segunda cara del LP original, vemos que en ‘Chain Reaction’ es el único momento donde se echa en falta a Suzuki para que con su extravagante manera de cantar hubiera dado un toque especial a la parte vocal. No obstante, hasta casi los cuatro minutos este tema es un dinámico tema de percusión acelerada con un solo de guitarra algo desconcertante pero que atrae el interés. Las partes vocales van llegando de manera intercalada como un rítmico descanso a la aceleración dominante. Todo lo contrario resulta ser ‘Quantum Physics’, que se puede definir como música proto-ambiental y que no por ser pionera en ese estilo va a dejar de ser igual de aburrida. Siendo honestos, la atmósfera está muy bien conseguida gracias a las diferentes capas de teclado y a la percusión suave pero persistente, pero ciertamente no es una música que pueda entusiasmar a nadie fuera de su contexto histórico.

 

Podemos entender este disco como una transición hacia nuevos sonidos más abiertos y también más comerciales, aquí en un primer paso que no acaba de cuajar completamente pero que aporta sus momentos de brillantez, que es lo que permite poder escuchar el álbum con cierto agrado pero no recomendarlo. Interesante pero prescindible.

1) Full Moon On The Highway; 2) Half Past One; 3) Hunters And Collectors;

4) Vernal Equinox; 5) Red Hot Indians; 6) Unfinished.

Puntuación:

Año de publicación: 1975

LANDED

Como la mayoría de grupos iniciados prácticamente a inicios de la década de los setenta, su evolución posterior estuvo dirigida a hacer más accesible su sonido, quién sabe si por presión de los ejecutivos de las discográficas, que requerían mayores ganancias para financiar posteriores obras, o simplemente porque los miembros de la banda ya empezaban a formar sus propias familias y debían atender gastos extras de cunas, pañales, libros escolares, etc. El hecho es que en este caso esa transición hacia una mayor comercialidad no significó disminuir la calidad del sonido ni renunciar a la complejidad, simplemente suavizarlo todo un poco.

 

Nunca se había escuchado un disco de Can que comenzara de manera tan pegadiza y abrumadora como aquí con ‘Full Moon On The Highway’, ni tan siquiera recordamos que esta banda pudiera sonar tan alegre y festiva, y menos empleando coros o efectos de distorsión en los instrumentos. Pero así es la evolución y así de accesible se ha convertido Can. Y no es un simple desliz, pues ‘Half Past One’ es más inquietante y con toques orientales, pero presenta otro pegadizo ritmo sazonado de melodías alternantes interpretadas por cada instrumento, pasándose el testigo rápidamente, aunque destaca sobre todo la parte de teclado que, excepto algunos momentos que suena a órgano de Casio, el resto del tiempo plasma una gran creatividad melódica. Justo a continuación, ‘Hunters And Collectors’ no deja de tener cierta similitud, pero la parte vocal suena demasiado forzada y poco elaborada respecto a la parte instrumental más aventurada.

 

La primera impresión que deja ‘Vernal Equinox’ es de un caos instrumental por su collage sonoro inicial, pero inmediatamente comenzará la guitarra a demostrar un perfecto orden dentro de tanta distorsión y el tema despegará de forma sublime. La sección central es más floja por tener un solo de percusión, pero Liebezeit mantiene un florido y espectacular ritmo que es tan solo el descanso para la nueva entrada arrolladora de la guitarra de Karoli, el verdadero héroe del tema. Luego llega la dinámica y llena de efectos ‘Red Hot Indians’ (incluida mención a Krishna), donde hay un saxofonista invitado para dotar a la canción de algo distintivo, pues su aportación es muy buena pero estilo no difiere mucho del de ‘Half Past One’.

 

Lo peor llega al final con ‘Unfinished’, que ni siquiera querríamos saber cómo acaba, pues vuelve a ser otra pieza de música ambiental pero en este caso con demasiadas disonancias para poderla escuchar con detenimiento. Es una de esas piezas que necesitaría de una guía para poder entender lo que el grupo pretender decir a cada momento, pero ni aún así podría resultar entretenida. Este último tema priva al disco de haber sido uno de los mejores de su carrera.

UNLIMITED EDITION

Año de publicación: 1976

Puntuación:

1) Gomorrha; 2) Doko E; 3) LH 7o2; 4) I'm Too Leise; 5) Musette; 6) Blue Bag;

7) E.F.S. No. 27; 8) TV Spot; 9) E.F.S. No. 7; 10) The Empress And The Ukraine King; 11) E.F.S. No. 10; 12) Mother Upduff; 13) E.F.S. No. 36; 14) Cutaway; 15) Connection; 16) Fall Of Another Year; 17) E.F.S. No. 8; 18) Transcendental Express; 19) Ibis.

Originalmente un doble LP, esta recopilación recoge descartes comprendidos entre el año 1968 y 1975. Hay discos de Can que se tornan harto complejos y complicados de comentar, y éste es uno de ellos. No se sigue un orden cronológico y abundan los pasajes instrumentales de sonido ambiental, por lo que se hace difícil comprender la intención y el propósito de lo que estamos escuchando.

 

Cualquier aficionado a la música de Can probablemente dirija su mirada en primer lugar al material correspondiente a la época de Suzuki, aunque luego se decepcione comprobando que no llaman demasiado la atención. Por ejemplo, ‘Doko E’ ofrece una peculiar percusión donde el murmureo de Damo únicamente sirve para rellenar el espacio. Mucho peor todavía es ‘Blue Bag’, donde ni siquiera hay una percusión elaborada. Y bueno, ‘TV Spot’ bien podría ser la música de acompañamiento de un anuncio, tal como dice su título, porque el minimalismo musical y la rayada vocal de Suzuki podrían servir para anunciar algo.

 

Atmósfera es lo que se pretende crear en temas como ‘I'm Too Leise’, pero si un@ no cae en el hipnotismo rítmico, la verdad que no querría volver a escucharla. Es como si les hubiera faltado desarrollarla un poco más para conseguir algo destacado. El sonido ambiental que comenzaron a desarrollar, sobre todo a partir de Ege Bamyasi, tiene aquí su obvio reflejo en piezas como ‘Musette’, que no aburre más por su escasa duración. Con el nombre genérico de ‘Ethnological Forgery Series’ (‘EFS’) se recogen una serie de breves retazos rítmicos de corte claramente étnico, incluso tribal, con la excepción quizá con propósito humorístico de la nº 36, que es un jazz calmado de estilo años cuarenta.

 

Lo más indigesto es sin duda el collage sonoro de ‘Cutaway’, grabado en 1969, pues si bien el inicio parece recordar a los Pink Floyd de More (lo cual tampoco es implícitamente positivo), pasado este comienzo sólo nos queda padecer durante más de quince minutos una serie de sonidos inconexos y atonales. Las piezas más recientes son las dos finales. ‘Ibis’ se pierde inicialmente por recovecos ambientales pero su parte final es muy buena, con una emocional guitarra que recuerda por momentos a los punteos de Mark Knopfler (quien por entonces estaría pensando en cómo dedicarse a la música), bien acompañada por un teclado que crea un transfondo de cierto misterio.  Y ‘Trascendental Express’ parece extraída de un cancionero folklórico eslavo, por su sonido como de mandolina, pero tampoco es gran cosa. Si acaso ese extraño sonido que lleva el ritmo asemejando el movimiento del tren, que no se sabe bien si es el violín de Karoli.

 

De lo poquísimo que podría salvarse para la posteridad, destacaríamos ‘Connection’ por su destacado ritmo y la fuerza que transmite, un tema que sorprendentemente es del año 1969. Del mismo año que la otra pieza destacada, ‘The Empress And The Ukraine King’, de ritmo todavía más desenfrenado y con un empleo de otros instrumentos como el saxofón, que dotan de mayor variedad al sonido.

 

Así pues, no es aconsejable detenerse a escuchar este álbum si un@ no es conocedor de la obra de Can con anterioridad, pues esto puede denominarse como música experimental sin más, con momentos mejores y otros peores, pero sin un equilibrio a favor de lo agradable, por lo que precaución para los exploradores.

FLOW MOTION

Año de publicación: 1976

Puntuación:

1) I Want More; 2) Cascade Waltz; 3) Laugh Till You Cry - Live Till You Die (O.R.N.);

4) ...And More; 5) Babylonian Pearl; 6) Smoke (E.F.S. No. 59); 7) Flow Motion.

Después de la experiencia anterior en el estudio, parece que la incursión en un sonido más comercial no había sido muy traumático. Si en Landed habíamos visualizado el aterrizaje de Can en el mundo de la comercialidad, en Flow Motion no pierden el hilo y siguen por ese camino, aunque el resultado no será tan bueno. Con un título que sugiere movimiento, el disco parece un tránsito por las músicas del mundo, con la banda absorbiendo influencias de cualquier lugar y transfundiéndolas en algo novedoso pero no necesariamente agradable. Las tareas vocales se las reparten entre todos los miembros del grupo, según el tema, pero parecen haberse inspirado en algunos casos en la inexpresividad de paisanos como Kraftwerk. No es que sea esto algo importante.

 

Para comenzar este viaje por el mundo, en primer lugar el grupo se desplaza hasta Estados Unidos y adopta un ritmo a lo Bo Diddley para ‘I Want More’, que luego se simplifica un poco hasta adoptar un carácter más pop. Posee unas voces robóticas que pueden resultar un tanto irritantes, pero la melodía de sintetizador es tan pegadiza que se le perdona cualquier otro error. Tiene una especie de continuación bailable llamada ‘...And More’, que presenta una rítmica percusión a la que se van añadiendo punteos distorsionados de guitarra.

 

A continuación, el grupo se desplaza a Austria, puesto que tal como su nombre indica, ‘Cascade Waltz’ es un vals pero interpretado de una manera muy particular, como cabía esperar de Can. No obstante, queda bastante flojo puesto que en el primer minuto ya se ha dicho todo lo que se podía decir y los detalles sonoros que van añadiendo después no aportan nada.

 

La siguiente parada parecía obligatoria a mediados de los setenta, pues nos dirigimos hacia Jamaica. Mediante el extenso título de ‘Laugh Till You Cry - Live Till You Die (O.R.N.)’ se oculta un ritmo reggae que para esta banda se antoja demasiado simplón. Intentan rellenar el espacio con una profusión de acordes de guitarra y violín, pero no es suficiente para mantener suficiente interés durante sus más de seis minutos de duración. También en clave reggae se desarrolla el extenso tema final que da su título al álbum, pero en este caso de manera mucho más interesante gracias a la brutal guitarra de Karoli, quien va dejando destellos de distorsión que mantienen el interés a pesar de lo repetitivo que queda el ritmo.

 

De alguna manera enlazando Jamaica con el continente africano, encontramos una especie de ska en ‘Babylonian Pearl’, la cual fluye agradablemente. Y no podía faltar pues la parada final e inmersión en algún país de África Central, por lo que en ‘Smoke (E.F.S. No. 59)’ (cuyo título recordemos que venía de Ethnological Forgery Series) se adopta una percusión tribal de aires africanos para crear una atmósfera opresiva que intimida todavía más cuando se van escuchando unas voces por el fondo junto a sonidos inquietantes.

 

Aun cuando la diversidad es un factor positivo dentro de un álbum, a éste le faltaría algo más de originalidad  a la hora de desarrollar ritmos ya conocidos, o al menos que Karoli hubiera estado todavía más inspirado en sus aportaciones, que son básicamente las que salvan este disco de un resultado aún más flojo.

Puntuación:

Lo más novedoso de este álbum fue la incorporación de dos nuevos miembros, el bajista Rosko Gee y el percusionista Reebop Kwaku, ambos provenientes de la segunda etapa más floja y olvidable de Traffic (el percusionista desde The Low Spark of High Heeled Boys, de 1971). Esto no quería decir que el bajista original de Can, Holger Czukay, hubiera abandonado la banda (1979 fue el año en que publicó su relativamente exitoso disco en solitario Movies), sino que en un movimiento más sorprendente aún, dejó el bajo aparcado y se centró en los efectos sonoros. Un error a todas luces, puesto que Czukay era un miembro esencial de la banda, que es lo mismo que hubiéramos dicho de cualquiera de los otros músicos de la formación clásica de Can.

 

Musicalmente hablando, este álbum se puede entender como un bocadillo en el que sólo vale el pan, pues su primer y último tema son los que mantienen el prestigio de la banda, mientras que todo lo que hay por medio oscila entre lo mediocre y aburrido, hasta lo horrendo. Así, el inicial ‘Don't Say No’ continua en la vena comercial de Can con un ritmo ultrapegadizo que invita al movimiento y una voz de Rosko Gee menos intimidante de lo habitual, donde la parte vocal recuerda a los cantos étnicos africanos. La guitarra de Karoli, que en la primera mitad del tema se limita a marcar el ritmo, después se desmelena y realiza un extenso solo de gran calibre que se complementa con las voces a la perfección. En cambio, la final ‘Fly By Night’ es una sorprendente canción pop tranquila, cantada en una voz acogedora y que presenta una bonita melodía principal. Obviamente, tiene suficientes destellos de teclado y guitarra como para situarse por encima de lo que entendemos como una canción pop.

 

Como decíamos, lo que queda por en medio de estos dos temas es de un nivel demasiado bajo respecto a lo que estábamos acostumbrados. En primer lugar, los ritmos caribeños de ‘Sunshine Day And Night’ le hacen estremecerse a un@, pero no por una buena impresión. A continuación, ‘Call Me’ parece un intento de imitación de la entonces incipiente New Wave, como si quisieran parecer unos Talking Heads aventajados, pero que cae en el ridículo más espantoso, con unos instrumentos que suenan totalmente desorientados. Y en tercer lugar, los ritmos brasileños de ‘Animal Waves’ se antojan insuficientes para mantener el interés durante quince minutos, puesto que la guitarra no transmite mucho y los sintetizadores simplemente rellenan hueco. Si este tema hubiera durado cuatro minutos, podría haber sido uno de los destacados, pero su excesiva duración repercute harto negativamente.

 

El descenso de Can hacia la mediocridad y la indiferencia más absolutas parecía ya inevitable a estas alturas, puesto que el intento de levantar el vuelo mediante la adición de nuevos músicos no produjo el efecto deseado.

1) Don't Say No; 2) Sunshine Day And Night; 3) Call Me; 4) Animal Waves;

5) Fly By Night.

Año de publicación: 1977

SAW DELIGHT

Como si no se hubieran enterado del desastre que supuso el álbum anterior, aquí se mantuvo la misma formación, aunque Czukay ya no pudo aguantar más y se largó sin más. A estas alturas, tampoco iba a notarse su ausencia como responsable de los efectos sonoros, aunque significaría también una posición más fortalecida de los últimos miembros entrantes, Gee y Baah.

 

De hecho, hasta Rosko Gee se atreve a incluir dos composiciones propias, compuestas únicamente por él, lo cual no se entiende bien puesto que su estilo nada tiene que ver con el sonido de Can. Si atendemos a ‘Paupers Daughter And I’, aunque el resto de compañeros secundan el tema y lo rellenan de todas las florituras posibles, lo cierto es que lo mismo podían haber hecho con un tema de Johnny Cash o de Raphael, esto es, rellenarlo de líneas de sintetizador y pasajes de guitarra con algún efecto de sonido que lo diferencie de su timbre normal, y ahí lo tenéis. Por si fuera poco, su melodía vocal está copiada de ‘Into White’ de Cat Stevens, perteneciente al fenomenal álbum Tea For The Tillerman (1970). El otro tema de Gee es ‘Give Me No "Roses"’, que no podemos decir que esté mal del todo, pero es imposible identificarla con Can y para un grupo que tanto prestigio artístico se ganó de forma merecida, es una lástima que lo eche por la borda con cancioncillas de este tipo. Todavía peor es ‘Like Inobe God’, donde aparecen como compositores todos los miembros de la banda, pues es una barbaridad musical que debería evitarse para no perjudicar la salud mental.

 

El guitarrista Karoli sigue siendo la estrella y el único que puede sacar brillo donde no lo hay. De hecho, el mejor tema del disco es el instrumental ‘November’, donde un trabajo de guitarra sobrio aunque poco impactante mantiene el interés, algo loable si atendemos a que es la pieza más extensa del álbum con casi ocho minutos de duración. No obstante, hay casos en los que ni la guitarra consigue darle una dirección concreta a un tema, puesto que ‘Seven Days Awake’ pulula sin rumbo ni propósito alguno.

 

Vaya, estaba acabando de escribir y no me había fijado en que sí tenemos un tema que recuerda a los Can clásicos, los de su gran época. La lástima es que no nos estamos refiriendo a temas como ‘Deadlock’ o ‘Paperhouse’, sino a rayadas como ‘Peking O’, pues a nada más puede recordar un ruido atonal como el reflejado en la final ‘One More Day’. Un final apropiado para un disco que podría quedar descatalogado sin dar lástima por ello. Aunque quizá ya lo esté.

1) Serpentine; 2) Paupers Daughter And I; 3) November; 4) Seven Days Awake;

5) Give Me No "Roses"; 6) Like Inobe God; 7) One More Day.

Puntuación:

Año de publicación: 1978

OUT OF REACH

Visto lo visto en esta etapa de Can, conseguir un disco mediocre podía considerarse ya un éxito para la banda. Es el último coletazo de esta formación y parece que quisieron dar lo mejor de sí mismos, que tampoco iba a ser algo excepcional, visto el bajo estado de forma creativo en el que se encontraban.

 

El comienzo del álbum está muy bien, con dos piezas largas que dejan buenísimas sensaciones, aunque este ímpetu inicial irá decayendo conforme avanza el álbum, como si el resto hubiera sido simplemente un relleno necesario para completar el espacio necesario en un LP. Lo más novedoso de ‘All Gates Open’ es su inicio liderado por una armónica, acompañada por un ritmo dinámico de cierto gancho, donde a partir de los 2:30 se empieza a escuchar un celestial órgano que parece anunciar que las puertas que se abren son las del Cielo, pero la letra nos aclara que, mejor aún, se abren las puertas de la música y las canciones. Luego entran unos sintetizadores algo irritantes que hasta la mitad del tema no desaparecen. Aunque para compensar el momento de padecimiento, la guitarra de Karoli llega a continuación para dejar algunos destellos de calidad. En ‘Safe’ parece volver a resucitar el batería Liebezeit, dejando un buen trabajo de percusión que luego parece abrazar más el ritmo disco. La guitarra de Karoli vuelve a ser lo más destacado, cambiando de cadencia conforme avanza el tema. Más disco suena la siguiente ‘Sunday Jam’ un inofensivo instrumental que no está mal.

 

A partir de aquí, la cosa empieza a decaer irremisiblemente. ‘Sodom’ es un insulso instrumental ideal para películas de serie B, pues no transmite absolutamente nada aunque tampoco sea un horror, ya que este calificativo queda reservado para ‘Aspectacle’, un pastiche rítmico con los que Gee y Reebop habían infectado el estilo de Can desde su llegada. Y con ‘Ping-Pong’ sólo cabe sonreír, pues se trata de eso mismo, una partida de tenis de mesa.

 

Cuando uno ya no ve luz en el túnel, es un buen autoejercicio mental el animarse de alguna manera con algo. Ése es el motivo quizá del cachondeo demostrado con ‘E.F.S. Nr. 99 ("Can Can")’, una versión eléctrica de la famosa música de can-can perteneciente a Orfeo en los infiernos, obra compuesta por Offenbach a mitad del siglo XIX y con esa tonada desde entonces muy asociada a los bailes de este tipo. Aquí queda como un momento de distensión no demasiado adecuado pero que quizá pueda agradar a alguien, que no es mi caso. ‘Can Be’ quedaría como la –en este caso sí– adecuada continuación al can-can anterior, una jam divertida y que presenta un buen trabajo de guitarra, más apto para lo que entendemos que es esta banda.

 

Una lástima que la reputación de la banda decayera de esta manera, pero estaba claro que no había otra salida que la disolución. Será el último álbum de estudio de Can hasta el reencuentro de Rite Time, publicado ya en 1989.

1) All Gates Open; 2) Safe; 3) Sunday Jam; 4) Sodom; 5) A Spectacle; 6) Ping-Pong; 7) E.F.S. Nr. 99 ("Can Can"); 8) Can Be.

Puntuación:

Año de publicación: 1979

CAN

Como su propio nombre indica, este álbum data de 1968 y fue el primer intento de publicar un disco por parte de Can, aunque fue rechazado por la discográfica y quedó archivado durante muchos años. Es por tanto un documento histórico que refleja el sonido que la banda quería reproducir para lanzarse como artistas alemanes de vanguardia, con Malcolm Mooney de vocalista. El título inicial de este hipotético álbum era Prepared to Meet Thy Pnoom, título poco acertado también porque el tema ‘Pnoom’, al cual hacer referencia, es una breve improvisación con notas sueltas de saxofón que no deja más que desconcertad@ a quien lo escuche.

 

Si lo primero que escucharon los directivos de la discográfica fue ‘Butterfly’, probablemente quedaran horrorizados y no quisieran seguir escuchando más, puesto que los músicos no brillan lo suficiente (salvo el batería Liebezeit) y el tema parece más que nada un vehículo para los desvaríos de Mooney. Así que, si en la época de la psicodelia y la experimentación les rechazaron esto, es porque era ciertamente estomagante. Tampoco resulta demasiado agradable ‘Man Named Joe’ por sus disonancias conscientes, aunque el ritmo mantenido no está mal, pero Mooney se vuelve demasiado irritante por momentos. Aunque quizá peor sea el intento de proto-rap de la final ‘Little Star Of Bethlehem’, pues aunque el ritmo resulta interesante al principio, luego se desarrolla de una manera monótona y aburrida, donde ni siquiera interesa la historia que nos cuenta durante siete largos minutos.

 

Así pues, cuando los músicos se sueltan la melena y les da por aportar detalles de calidad al sonido, es cuando el resultado está a la altura de lo que harían en los siguientes años. Es por ello que un tema como ‘Nineteen Century Man’ puede destacarse, sobre todo por las aportaciones de Karoli. En el inicio de ‘Uphill’ recrean el sonido de una máquina de tren, para luego recrearse sobre un fondo rítmico hipnótico de los que serían marca de la casa. Aunque sobrepasa los diez minutos de duración, no se puede perder el interés por todos los detalles que van apareciendo, destacando brillantes pasajes del bajista Czukay y de la guitarra de Karoli, que mediante un sonido bastante distorsionado va elevando el clímax del tema de manera imperceptible.

 

La mejor canción de todas es ‘Thief’, precursora del sonido épico y memorable de Soundtracks y que incluso sería interpretada por Radiohead en directo. Aquí la guitarra de Karoli mantiene una melodía cíclica de las que atraviesan todas las capas del cerebro y nos dejan con ganas de más. Hasta la voz maníaca de Mooney queda bien dentro de las texturas sonoras creadas, con un teclado de Schmidt que llena los espacios vacíos y condensa el sonido.

 

Sorprende en parte, pues, que este álbum fuera rechazado en su momento en un año que vio nacer varias obras igual de anticomerciales pero más indigeribles como White Light/White Heat de The Velvet Underground o la paja mental de los Grateful Dead, Anthem Of The Sun. Quizá no sabían vender su música. O simplemente es que acudieron a las discográficas equivocadas. Pero al menos hemos tenido la suerte de que acabaran saliendo a la luz estas grabaciones.

1) Butterfly; 2) Pnoom; 3) Nineteen Century Man; 4) Thief; 5) Man Named Joe;

6) Uphill; 7) Little Star Of Bethlehem.

Puntuación:

Año de publicación: 1981

DELAY 1968

RITE TIME

Año de publicación: 1989

Puntuación:

1) On The Beautiful Side Of A Romance; 2) The Withoutlaw Man;

3) Below This Level (Patient's Song); 4) Movin' Right Along; 5) Like A New Child; 6) Hoolah Hoolah; 7) Give The Drummer Some; 8) In The Distance Lies The Future.

La mayor sorpresa de la reunión de Can para grabar un nuevo álbum fue la incorporación del cantante original Malcolm Mooney, quien había estado apartado de la música desde que abandonara la banda en 1970, presumiblemente por problemas mentales. De 1986 datan las fechas de grabación de este Rite Time, que no sería publicado hasta tres años más tarde. Para finales de la década de los ochenta, las expectativas sobre la reunión de Can probablemente serían escasas cuando no nulas, y lo cierto es que este disco no está a la altura de sus mejores obras.

 

No obstante, el inicio de este nuevo álbum es muy bueno, pues en ‘On The Beautiful Side Of A Romance’ crean un magnífico ritmo donde van introduciendo grandes punteos de guitarra y bellas partes de teclado como en sus mejores tiempos, donde lo único que puede echarse en falta es alguna virguería del bajista Czukay. La parte vocal de Mooney tampoco queda mal, al aportar una cálida voz y un canto de estilo jazzístico.

 

El resto del disco cae en picado a una mediocridad a veces insultante. Todavía pueden salvarse el funk pausado de ‘The Withoutlaw Man’, el dinámico ritmo de ‘Movin' Right Along’ o la atmósfera opresiva de ‘In The Distance Lies The Future’, lastrada por la errática parte vocal de Mooney (una manera negativa de rememorar viejos tiempos). Pero el resto de temas es bastante flojo, cuando no lamentables pastiches como ‘Below This Level (Patient's Song)’, donde el infantil estribillo (“ah, ah, ah....”) es una definición musical para el concepto de patético. Una lástima, puesto que a los cuarenta y cinco segundos podemos comprobar cómo la melodía principal no está mal interpretada con la guitarra. Aunque para tontería pueril tenemos ‘Hoolah Hoolah’, una broma que parece más apropiada para un programa infantil. En cambio, ‘Give The Drummer Some’ y ‘Like A New Child’ son demasiado repetitivas para lo poco que ofrecen, aunque en la segunda su ritmo pausado hubiera mejorado de haber acortado significativamente su larga duración.

 

Parece que el fracaso estrepitoso, tanto artístico como comercial, de este álbum les quitó las ganas de continuar hacia delante. Y eso que tuvieron tres años para pensar la opción de publicar este flojo retorno.

“There is no Can piece which is finished...” es una afirmación del teclista Schmidt que podemos leer en la contraportada de esta recopilación, una frase significativa en cuanto lo que vamos a escuchar son extensas improvisaciones grabadas para el mítico programa de John Peel en la BBC. De ahí que los títulos de los temas suenen a chino, o en este caso incluso podría decirse que a japonés. Los temas incluidos se ordenan cronológicamente desde el año 1973 al 1975 y son en su mayoría inéditos, sesudas improvisaciones con unos músicos en gran estado de forma. Aunque los dos últimos temas tienen títulos desconocidos, sí que son canciones que en su versión de estudio tendrían otro nombre diferente.

 

El único tema en el que participa el desquiciado cantante japonés Damo Suzuki es en el que abre este disco y data de 1973, ‘Up The Bakerloo Line With Anne’, donde tampoco se hubiera echado de menos que a Suzuki le hubieran cortado el cable del micrófono, puesto que las verdaderas estrellas son los músicos de Can. Éstos demuestran su dominio de las estructuras musicales y logran que en sus casi veinte minutos apenas disminuya el interés, pues cada instrumento crea su propio mundo pero al mismo tiempo consiguen una complementariedad abrumadora.

 

Por otro lado, ‘Return To BB City’ es un tema protoambiental que no arranca hasta que se ha escuchado la primera mitad, pero tampoco entonces acaba de suscitar demasiado interés. Este tema corresponde a 1974, igual que los dos siguientes: ‘Tape Kebab’ es toda una demostración de virtuosismo del guitarrista Karoli que incluye una parte final de distorsión extrema; y ‘Tony Wanna Go’ comienza como un gradual crescendo bien equilibrado que transita después entre pasajes más o menos dinámicos, con la hipnótica percusión de Liebezeit como hilo conductor.

 

Los últimos dos temas son de 1975 y no por ello son de menor nivel. ‘Mighty Girl’ es una interpretación ligeramente más lenta y con mayor protagonismo del piano de lo que sería posteriormente ‘November’ en el disco Out Of Reach, pero con una gran batería y guitarra que consiguen algunos momentos dignos de mención, como el que puede escucharse a partir de los 5:20. Y ‘Geheim’, como ya indica en su título completo, es la plasmación en directo de ‘Half Past One’, del disco Landed publicado en ese mismo año.

 

Es sorprendente cómo este disco plagado de improvisaciones nada tiene que ver con las rayadas experimentales que grababan en sus inicios. Excepto ‘Return To BB City’, todos los temas mantienen el interés durante sus extensas duraciones, con destellos de brillantez que permiten escuchar repetidas veces con agrado este álbum.

1) Up The Bakerloo Line With Anne; 2) Return To BB City; 3) Tape Kebab;

4) Tony Wanna Go; 5) Geheim (Half Past One); 6) Mighty Girl.

Puntuación:

Año de publicación: 1995

THE PEEL SESSIONS

LIVE MUSIC (LIVE 1971-1977)

Año de publicación: 1999

Puntuación:

CD I: 1) Jynx; 2) Dizzy Dizzy; 3) Vernal Equinox; 4) Fizz; 5) Yoo Doo Right;

6) Cascade Waltz.

 

CD II: 1) Colchester Finale; 2) Kata Kong; 3) Spoon.

Atendiendo al título de este doble álbum, queda claro qué es lo que nos vamos a encontrar, más si cabe cuando nos fijamos en que sólo hay nueve temas para dos discos. Sí que podemos encontrar un craso error, puesto que las grabaciones más antiguas datan de 1972, no de 1971 como reza el título. Pero bueno, si aseveramos que es el único error grave de este álbum plagado de improvisaciones musicales, entonces podemos darnos por más que satisfechos. Y es que Can es una de esas pocas bandas que pueden alargar un tema hasta duraciones exageradas pero manteniendo el interés del oyente en todo momento, algo al alcance de muy pocos como por ejemplo Cream o The Allman Brothers Band. Lo normal sería encontrar rayadas mentales como en Jefferson Airplane o The Velvet Underground.

 

La mayor sorpresa de este álbum, en un sentido positivo, es la brutal versión de ‘Yoo Doo Right’ (recordemos que era el peor tema con diferencia de su álbum de debut), que aquí se convierte en una solemne pieza de rock gracias a los envolventes sonidos de teclado del inicio. Luego se desarrolla como improvisación con un gran trabajo de guitarra y hacia la mitad se crea un gradual crescendo de la nada. Donde la batería poco a poco irá acelerando el ritmo hasta que la guitarra acaba distorsionada por completo. Toda una experiencia sónica.

 

Y no está nada mal escuchar estas improvisaciones. ‘Jynx’ es muy movida y presenta algunas partes excepcionales, como ese retorno mediante un ritmo frenético a los diez minutos aproximadamente, aunque cuando más se desata la guitarra es a partir de los cinco. Por otro lado, ‘Dizzy Dizzy’ tiene la curiosidad de escuchar la guitarra sustituyendo el violín original, cosa que tampoco entraña demasiada dificultad, no así si hubiera sido a la inversa. ‘Vernal Equinox’ y ‘Fizz’ no son tan vistosas y quizá algo más complicadas, pero también tienen sus momentos que las redimen.

 

El segundo volumen es menos impactante que el primero, pues aunque las improvisaciones tampoco llegan a aburrir, es obvio que desconcierta un poco escuchar tanta libertad instrumental. Pero asombra también comprobar la cohesión y el sentido que le dan a cada parte, esto no es un caos sonoro sin propósito alguno como hacían grupos como los citados anteriormente. El título de ‘Colchester Finale’ parece una broma cuando vemos que dura cerca de cuarenta minutos. A partir de los veintitrés minutos es cuando llega su sección más interesante, donde por unos pocos minutos se dedican a tocar una canción rock más concreta y directa, que es toda una joya encontrarla cuando se debe afrontar una monstruosa interpretación de esta magnitud. Es el único tema que data de 1972 junto a ‘Spoon’. Ésta no tiene mucho que ver con el pausado e hipnotizante tema del Ege Bamyasi, aquí transformado en otra dinámica improvisación. Por otro lado, ‘Kata Kong’ es el que tiene mayor sentido rítmico de los tres temas de este segundo volumen.

 

Así pues, realizando un balance del total de este doble álbum, el resultado queda como interesante aunque con algunos momentos demasiado autoindulgentes. Pero ya estábamos avisados de antemano de que no íbamos a escuchar temas con estructuras formales de rock.

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